Me llamo Esther, tengo 41 años y soy misionera desde los 20.
Os quería contar mi experiencia en Corea del Sur, donde estuve 4 años. Una cosa
que hice fueron clases de inglés a niños entre 6 y 9 años como voluntaria en la
biblioteca de la parroquia.
Me impactó la presión que tienen, ya desde tan
pequeños. Después del colegio tenían entre cuatro y siete academias por la
tarde, y eso que mis niños tenían pocos recursos.
Entiendo que el país ha
pasado de estar destrozado tras la guerra a ser una potencia económica gracias
a ese esfuerzo en el estudio. Pero ahora eso les pasa factura porque es muy
difícil salirse de ese ritmo.
El que no va a academias, sea por opción de los
padres que no quieren esa presión para sus hijos, o porque no tiene dinero, o
porque psicológicamente no lo aguanta… se queda atrás. Así que ofrecer esas
clases en las que intentaba también que jugaran es un granito de arena hacia un
cambio de sistema que muchos quieren ya. Y espero también que mientras eso no
sea posible, mis niños vean todo lo que han aprendido como una riqueza que
pueden ofrecer a los demás.