Nuestro joven colaborador Ignacio del Rey, un muchacho muy comprometido con todo lo referente a las misiones, este año ha querido vivir en primera persona la experiencia de ir de misión, ha sacrificado su vacaciones placenteras para irse al encuentro de ese otro mundo de las misiones, ha visitado varias ciudades, pero se ha centrado más en Trujillo (Perú), y más concretamente ayudando en el Albergue para niños de la calle "Monseñor Oscar Romero". Os dejamos con estas palabras de experiencia vividas, esperando sirvan de estimulo para todo aquel que desde la misión "ad intra", se sienta misionero y ame las misiones. No sin antes dejaros con unas de las frases que el Papa Francisco, nos ha regalado en su mensaje para el DOMUND de este año, "todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio"
- ¿Por qué te has
ido este año de misión?
Llevo muchos años con esas inquietudes,
y por miedo real a dar el paso nunca busqué las circunstancias y esperé a que
éstas me vinieran dadas. Y así es, este año se dieron las circunstancias y todo
apuntó a que era este año, y no otro, el año en que tenía que dar el paso
adelante.
- ¿De
dónde surgió esta llamada?
Surgió, como digo, de muchas inquietudes
acumuladas, y de esas circunstancias que se dieron en un momento concreto.
Cuando hablo de circunstancias no me refiero solo a circunstancias materiales o
externas, sino a circunstancias personales y espirituales, por decirlo de algún
modo. Para los creyentes no existen las casualidades, y pensé que era el
momento porque todas las flechas señalaban al mismo camino.
- ¿Qué
inquietudes, te movieron a ello?
Una inquietud social que siempre ha
habitado en mí, he podido ponerla en práctica en ocasiones dentro de nuestro
entorno cercano y sin salir de nuestras fronteras, pero pensaba que era el
momento de llevar esas inquietudes al extremo, ponerlas radicalmente en práctica.
Me movió una inquietud por conocer, por sentir, por involucrarme sin anestesia
en la vida de aquellos que sienten la miseria y la pobreza en sus vidas, tenía
ganas de poder aprender de personas que conocen la vida mucho mejor que todos
los que pensamos que la conocemos.
- ¿Qué es lo
primero que uno piensa cuando llega a un sitio nuevo como misionero?
Cuando se abrió la puerta del avión y
puse mis pies en el borde de la escalerilla tras doce horas esperando aterrizar
pensé que mi único deseo en ese momento era que aquella puerta volviera a
cerrarse y regresar de nuevo como si nada hubiera visto. Cobarde ¿verdad?
Seguramente, pero mi primera imagen de aquella realidad fue desoladora, aun sin
tocar su suelo con mis pies, desde lo alto de aquella escalera, ya se podía
sentir la necesidad que se ocultaba tras el gris triste y sucio del aire, tras
la vejez de las casitas que se levantaban a unos palmos del suelo habitando los cerros. Un
panorama que, sin haber aun descorrido el telón de la aventura, ya podía desvelarse
poco a poco solo con imágenes como aquella.
- ¿Cómo se
evangeliza cuando las situaciones son tan difíciles?
Quizás allí sea aun más sencillo
evangelizar que aquí, no lo sé. Aquí atamos nuestra felicidad al consumismo, a
lo material, a todo aquello que supone un coste, aquí vivimos en las prisas
continuas, con el reloj en la mano, y si algo de tiempo nos queda en el día,
quizás decidamos dedicarlo a la Fe y a Dios. Vivimos en la comodidad de una
vida que sin Dios quizás sea más cómoda que con Él. En cambio allá, a nada de
esto pueden atar su felicidad, porque bien saben ellos mismos, que así sería
inalcanzable la felicidad para ellos, por tanto, tienen la Fe, la fuerza de
Dios, como único recurso al que amarrar su felicidad y al que clavar sus esperanzas.
Para millones de personas, allí la felicidad se limita a tener algo cada día
para llevarse a la boca, y aun así, muchos son infelices al no tenerlo, pero
otros muchos, utilizan la Fe como único alimento, como columna de su
supervivencia para subsistir a una realidad en la que, sin nada, se sienten con
todo teniendo a Dios. Insisto, tanto que aprender…
- ¿Y cómo se
alienta a alguien a tener ganas de vivir esa experiencia?
A cualquier persona con inquietudes le
bastaría esto: “Con personas pequeñas, haciendo cosas pequeñas sumergidas en
lugares pequeños, se puede cambiar el mundo”
- ¿Te ha sentido
en algún momento desilusionado, con ganas de abandonar?
Bajada la escalerilla del avión, en
ningún momento. Si es cierto que hay muchos momentos de “bajón”, en los que uno
necesita desahogarse, llorar, echar todo lo que vas reteniendo andando
únicamente por la calle. Pero no por desánimo en el trabajo, sino porque las
situaciones fuertes a veces te superan, se ven cosas tan duras que el detector
del corazón a veces pita porque no las soporta. Pero, ¿cómo abandonar? Si son
sus vidas, ¿voy a abandonar yo, que voy solo temporalmente? Aunque parezca
fuerte, solo dan ganas de abandonar cuando llevas dos días en Sevilla después
de regresar, ahí si dan ganas de abandonar, porque la misión allí no acaba,
aquello solo es el arranque, tengo claro que nuestras misiones están también
aquí, donde ahora me toca contagiar la experiencia vivida allá para poder crear
algo de conciencia en esta sociedad que vuelve la cara a aquella realidad para
no sentirse culpable de algo de lo que todos somos responsables.
- ¿Qué cara tiene
Dios en la misión?
Si me permiten y me consienten la
expresión: “Dios en la misión está en su salsa”. Aquello no es Jerusalén, pero
yo lo viví como si también fueran Tierras Santas, andaba por los arenales como
si fueran las mismos que Cristo recorrió rodeado de niños y curando enfermos.
Allí Dios te habla de tú, más fuerte, en primera persona, de cara, sin boatos,
sin parafernalias, si suntuosidades y sin grandezas. Difícil de explicar, pero
uno palpa allí que Dios se siente a gusto.
- ¿Qué se debe
llevar a las misiones?
Mucha ilusión, muchas ganas de trabajar
y de aprender, y convicción de haber dejado detrás todos los problemas, que
después, a la vuelta, descubres, casualmente, que no eran problemas…
- ¿Qué traes
después de esta experiencia?
Traigo una experiencia muy difícil de
explicar con palabras, traigo un aprendizaje que ninguna Universidad ni ningún
profesor enseña y me traigo un corazón lleno de nombres que nunca voy a
olvidar. Creo que traigo una conciencia mucho más real del mundo en el que
vivimos y de la sociedad de la que formamos parte. Traigo, igualmente, creo,
una experiencia de Dios y del hombre que, a buen seguro, han marcado mi vida
para siempre.
- ¿Te ha cambiado
la visión de la vida?
Naturalmente, ahora lo veo todo con
otros ojos. La vuelta es sumamente dura y muchos me pregunta si ya he
aterrizado, yo respondo: “No he aterrizado, pero dudo mucho que quiera
hacerlo”, con esto quiero decir que no deseo volver a mirar al mundo con los
ojos con que los miraba, soy feliz viviendo con la intranquilidad de saber que vivimos
en un mundo injusto que espera impaciente a que los propios hombres lo cambien,
todo depende únicamente de nosotros, he vuelto con ese convencimiento. Todos
debemos sentir parte de responsabilidad de que esta realidad exista, quien
intenta tranquilizar su conciencia echando balones fuera, se equivoca.
- ¿Sientes a Dios
más cerca?
Lo siento muy cerca, allí sentí que no
me dejaba en ningún momento, y eso era un impulso enorme cuando las fuerzas
flaqueaban, siempre lo he sentido cerca, pero nunca había podido tocarlo, hoy
puedo decir, sin complejos, que yo toqué a Dios mismo en las misiones.
- ¿Volverías de
nuevo a una misión?
Con los ojos cerrados.
- ¿Le recomienda
esta experiencia a los jóvenes?
A los jóvenes y a todos los que sientan
estas inquietudes, es una experiencia que si todos la viviéramos cambiarían
muchas cosas. Animo a todos los que sientan algo dentro que les mueve a que den
el paso, no podemos ser egoístas pensando que va a ser algo duro para nosotros,
naturalmente lo es, pero no podemos permitirnos el lujo de pensar en nosotros
cuando allá nos espera mucha gente que realmente está sufriendo las
consecuencias de la miseria para que les tendamos nuestra mano.