Nació en el castillo de Javier (Navarra) el
año 1506. Fue ordenado sacerdote en Roma el año 1537, y se dedicó a obras de
caridad. El año 1541 marchó al Oriente. Evangelizó incansablemente la India y
el Japón durante diez años. Murió el año 1552 en la isla de Sanchón Sancián, a
las puertas de China.
La primacía de la
caridad en la misión
Durante mucho tiempo
ha sido corriente llamar “misión” (o en plural “misiones”) al envío a
evangelizar en una zona geográfica alejada de la cristiandad. Pero desde el
Concilio Vaticano II hemos recuperado el sentido originario de la misión, que
pertenece de suyo a toda la Iglesia (todos los bautizados y en todos los
lugares). El origen de esa misión recibida se halla en Dios mismo, en el envío
al mundo del Hijo y del Espíritu por el Padre para mostrar su inmenso amor por
nosotros. Así Jesús, cuando comienza su predicación en Nazaret, hace suyas las
palabras proféticas de Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me
ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar
la liberación a los cautivos, la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Todos los
cristianos, ungidos por el mismo Espíritu en el Bautismo, participan de esa
misión liberadora de Cristo.
Si preguntásemos a
Javier qué es lo más importante en la misión, nos respondería sin dudar lo más
mínimo: la caridad, el amor. En las instrucciones a sus colaboradores no se
cansaba de repetirlo:
«Ruegoos mucho que con
esa gente, digo con los principales, y después con todo el pueblo os hayáis con
mucho amor; porque si el pueblo os ama, y está bien con vos, mucho servicio
haréis a Dios» (27 de marzo de 1554). «Tratad siempre con mucho amor con esta
gente y haced obra en que de ellos seáis amado» (27 de marzo de 1554).
«Procuraréis con todas vuestras fuerzas haceros amar de esta gente, porque
siendo de ellos amado, haréis mucho más fruto que siendo de ellos aborrecido»
(febrero de 1548). Y en la misma carta reitera: «Mucho os torno a recomendar
que trabajéis en haceros amar en los lugares donde anduviereis y estuviereis,
así haciendo buenas obras como con palabras de amor, para que todos seamos
amados antes que aborrecidos: porque de esta manera haréis más fruto, como ya
dije».
También en nuestros
días, la primera encíclica del Papa Benedicto XVI identifica en esos términos
la esencia de la comunidad cristiana: “La naturaleza íntima de la Iglesia se
expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerygma-martyria),
celebración de los Sacramentos (leiturgia) y servicio de la caridad (diakonia).
Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para
la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que
también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es
manifestación irrenunciable de su propia esencia” (Deus caritas est, n.
25). Por eso, el Papa afirma en el Mensaje del DOMUND 2006 que “La caridad,
alma de la misión”. “La misión, si no es orientada por la caridad, es decir, si
no nace de un profundo acto de amor divino, corre el riesgo de reducirse a una
mera actividad filantrópica y social” (n. 1).
A través del
testimonio de la caridad, la Iglesia sirve al Reinado de Dios, presente ya en
el mundo. No es extraño, pues, que el diálogo con otras religiones y culturas
sea parte integrante de su misión. Sin embargo, la misión no puede reducirse ni
al servicio asistencial de la caridad, ni al diálogo, ni al simple
mantenimiento de las comunidades cristianas ya existentes. Como en la época de
Javier, siguen siendo necesarias las “misiones” propiamente dichas: las
iniciativas eclesiales para propagar el Evangelio por el mundo entero y fundar
la Iglesia entre los pueblos que todavía no conocen a Cristo. De esa manera se
van extendiendo visiblemente, sacramentalmente, los límites de la Iglesia.
Como, escribía Javier, desde Malaca, a los jesuitas de Europa, el 22 de junio
de 1549:
«Grande es la
consolación que llevamos en ver que Dios nuestro Señor ve las intenciones,
voluntades y fines por que vamos a Japón. Y pues nuestra ida es solamente para
que las imágenes de Dios conozcan a su Criador, y el Criador sea glorificado
por las criaturas que a su imagen y semejanza crió, y para que los límites de
la santa madre Iglesia, esposa de Jesucristo, sean acrecentados, vamos muy
confiados que tendrá buen suceso nuestro viaje».