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lunes, 10 de junio de 2013

Y YO ME IRÉ., Carta de un misionero

Y YO ME IRÉ.
Y yo me iré.
Y se quedarán los pájaros, cantando,
y se quedará mi huerto,
con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas las tardes el cielo será azul y plácido,
y tocarán ,
como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
y el pueblo se hará nuevo cada año,
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico.
Y yo me iré, y estaré solo,
sin hogar,
sin árbol verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido.
Y se quedarán los pájaros cantando.


Juan Ramón Jiménez.


Abre mi reflexión este hermoso poema de mi paisano Juan Ramón Jiménez, que hago mío en mi despedida. A finales de junio, se cerrará mi etapa boliviana. Seis años para la acción de gracias por haber compartido la vida con este pueblo y trabajado por la Escuela Pía que crece en él, queriendo servir a los más pobres.

Muchas alegrías, algunos sinsabores y no pocas esperanzas incumplidas o inacabadas. Más de las que yo desearía. Como la vida misma. Cierro este capítulo de mi vida con el convencimiento de que paso páginas que no volveré a leer. Con la sensación de que la vida se encamina disparada hacia un horizonte cada vez más cercano. Pero con la libre decisión de no mirar atrás, avanzando sin lamentos ni nostalgias, con esperanza.


Muchas cosas me hubiera gustado ver realizadas, otras tantas quedan sin acabar. No me preocupa. Otros vendrán que las continúen, y siempre estará el que “riega y da crecimiento” (1ª Cort.3,6-8). Cultivar la actitud del desapego (no confundir con el desinterés) y la “santa indiferencia”, evita muchos sentimientos incordiantes, y favorece la paz interior. ¡Qué sabia la máxima evangélica “Siervo inútil soy”, cuando se ha hecho lo que se tenía que hacer!


Pero uno no vive de puntillas, sin tocar suelo. La realidad que pisas, se te pega. No “pasas” sino que “estás”. Y al estar, echas raíces. Y creas afectos, que son como nudos que cuesta desatar. “Hacer las maletas” siempre será una tarea dolorosa. Quedarse sin “hogar, sin árbol verde, sin pozo blanco, sin cielo azul y plácido”, como dice el poeta, es un acto de renuncia que tiene su costo. Se deja un pedacito de vida allí por donde se pasó “estando”.


Regreso con la incertidumbre sobre lo que me deparará el futuro inmediato: ¿a dónde? ¿cómo? ¿para qué?. No importa, la vida está muy por encima de cualquier interrogante. Máxime, cuando uno quiere que su vida transite por los caminos de la fe y sabe que esa “luz” ilumina cualquier cañada y vereda por oscura que sea (Sal. 22). En este momento, me agrada tatarear la canción: “Al encuentro voy, con el Dios de la vida”.

Hubo un tiempo, año 2005, en el que al encomendarme nuevas empresas escolapias, con la vida ya avanzada, me identificaba con Zacarías en su “Benedictus” (Lc.1,68). Pero, a pesar de los años, había horizontes, quedaban fuerzas, era posible asumir la “fuerza del Señor”. Es ahora el justo Simeón, con su “Nuc dimitis” (Lc.2,29), mi modelo de referencia, al concluir mi estancia en Bolivia. “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Ninguna empresa me espera, las fuerzas escasean y la salud nota el paso de los años. Me bastará con agotar mi vida, sacando de ella la profundidad que, sólo la vida desvestida de ropajes efímeros, nos puede dar.


Al llegar a Bolivia, enero de 2008, compartía con ustedes (vosotros) mis primero sentimientos. Justo es que, ahora, al comunicarle mi regreso, les haga también partícipe de lo que vivo y siento al emprender el viaje de retorno.


Daniel Mª González, sch.p.

Cochabamba, junio de 2013.