Santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada por
Pío XI, en 1925, Patrona de la Obra de San Pedro Apóstol para el Clero Nativo
y, en 1927, Patrona de las Misiones junto con san Francisco Javier. Nació en
Normandía, Francia, el 3 de enero de 1873, fue monja de clausura a la edad de
15 años, y dedicó su existencia a orar y a sacrificarse por los sacerdotes,
especialmente los misioneros. Murió muy joven, a los 24 años, pero dejó un
mensaje excepcional por su sencillez y profundidad.
Santa Teresa de
Lisieux, Patrona de las Misiones
Misionera en retaguardia
Misionera en retaguardia
El mes de octubre se
inicia con la memoria litúrgica de Santa Teresa del Niño Jesús. No podría
tener mejor pórtico de entrada el “Octubre Misionero”. Recordar a quien la
Iglesia ha proclamado Patrona de las Misiones y poner todo el empuje misionero
de este mes bajo su patronazgo, es una verdadera gracia de Dios.
Mirar a Santa Teresita
es contemplar una vida de entrega a Dios. Su testimonio de vida espiritual es
una invitación para que procuremos ir por el "caminito" de la
sencillez; nos enamoremos del Amor con todas nuestras fuerzas; siempre y en
todo procuremos cumplir la voluntad de Dios; y que el celo por las almas devore
nuestro corazón.
Esta mujer, enamorada
de Dios y entregada a cumplir su voluntad, resulta ser paradigma de los
cristianos comprometidos con la misión. Vocación misionera que brota de su fe
en Dios y de su vocación de religiosa. Desde los principios de su vida
religiosa conserva muy claramente el ideal de su vocación religiosa. El ideal
misionero creció particularmente cuando la Superiora le confió la “custodia” de
dos misioneros jóvenes. Su correspondencia epistolar con el P. Rouland y el P.
Maurice Bellière, de quien se siente hermana, nos permite sondear la
profundidad que alcanza la dimensión misionera en su vocación contemplativa:
"Quisiera iluminar a las almas como los profetas y los doctores. Quisiera,
¡oh amado mío!, recorrer la tierra, predicar vuestro nombre y sembrar sobre el
suelo infiel vuestra cruz gloriosa. Pero una sola misión no me bastaría;
desearía anunciar a un mismo tiempo el Evangelio en todas las partes del mundo
y en las islas más remotas. Quisiera ser misionera no sólo durante algunos
años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta
la consumación de los siglos" (Historia de un alma).
Estas ansias
incontenibles de hacer amar al Amor quedaron plenamente saciadas en Santa
Teresa de Lisieux cuando descubrió que el amor encierra todas las vocaciones,
que el amor lo es todo, puesto que es eterno y abarca todos los tiempos y
lugares: "Entonces, en el exceso de mi gozo delirante, exclamé: ¡Oh Jesús,
amor mío!, mi vocación... al fin la he encontrado: mi vocación es el amor. Sí,
he encontrado mi lugar en el seno de la Iglesia, y sois vos, Dios mío, quien me
lo habéis dado; en el corazón de la Iglesia, mi madre, seré el amor...,y así lo
seré todo" (Historia de un alma)
Su legado misionero
para quienes descubren en ella su compromiso con la evangelización queda
reflejado en este deseo: "Quisiera, oh amado, bien mío, recorrer la
tierra, predicar vuestro nombre y clavar en tierras infieles vuestra cruz
gloriosa. De ahí que Juan Pablo II en el mensaje del DOMUND 1997 dijera: “La
vida y la enseñanza de Teresa corroboran el vínculo estrechísimo que existe
entre misión y contemplación: En efecto, no puede darse misión sin una intensa
vida de oración y de profunda comunión con el Señor y con su sacrificio en la
Cruz”.
Carta de Casa, nº 259, octubre 2009
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Anastasio Gil García
Director de Obras Misionales Pontificias España
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