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viernes, 15 de abril de 2016

Vocación, el encuentro con Jesús

Ver crecer a la Iglesia en los lugares de misión es impresionante. Una vocación nace en el encuentro gozoso con Jesucristo. "

Monseñor Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, vivió las Jornadas de Vocaciones Nativas como director nacional de OMP. Es miembro de la Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias y buen conocedor del mundo del seminario.

Se celebran simultáneamente las Jornadas de Oración por las Vocaciones y de Vocaciones Nativas. ¿De qué modo se conjugan y refuerzan ambas entre sí?
Me parece una buena idea, puesto que una vocación nace en el encuentro gozoso con Jesucristo que se realiza en la experiencia íntima de la oración. Orar es dejarse amar por Dios, y entonces, si somos humildes y responsables, Él nos manifestará su voluntad. Es lo que decimos en el padrenuestro: “Hágase tu voluntad...”. No hay vocación auténtica si no se fragua en el designio que Dios tiene sobre nosotros.

¿Qué le sugiere a usted, personalmente, el lema “Te mira con pasión”?
Dios nos quiere mucho más de lo que nosotros nos queremos a nosotros mismos. Y lo ha demostrado en la cruz. Ya lo había dicho a sus discípulos: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Cuando una madre mira a su hijo, no lo mira indiferentemente: lo mira con pasión de entrega. Tanto lo ama que “lo comería a besos”. Es decir, que lo quiere hacer tan suyo que da la vida por él. Pasión viene de padecer, y padecer por amor es la entrega total por la persona amada. Com-pasiónes padecer con el otro, por el otro.

Jesús “mira con pasión” a quienes llama, tanto entre nosotros, como en la gran geografía misionera. ¿Cómo se descubre esta mirada en la propia vida? ¿Cómo ayudar a otros a descubrirla?
Todos debemos ser misioneros, puesto que llevamos los signos vivos del amor de Dios: somos su imagen, sus criaturas, sus preferidos. Y esto no nos lo podemos reservar y guardar para nosotros. Si así lo hiciéramos, seríamos unos desdichados y el corazón se quedaría totalmente seco. La felicidad y el gozo no estarían. Del corazón debe surgir como agua viva lo que hemos experimentado en la Fuente que es Jesucristo. Llevamos, como en un cántaro, esta agua viva para saciar la sed de nuestros prójimos. El misionero mira a Cristo cara a cara, se siente mirado por Él y refleja esa mirada en los demás. Pensemos en la mirada de la beata Madre Teresa de Calcuta. Simplemente ver sus ojos y su forma de mirar a un niño enfermo o a un pobre moribundo nos evocaba la mirada de Cristo. Eso es ser misionero.

El papa Francisco dijo en Cuba que “la mirada de Jesús genera una actividad misionera”. ¿Puede explicarnos esta afirmación?
Cuando Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”, tiene una fuerza transformadora. La acción misionera es transformante. Basta dar un vaso de agua al sediento, que tiene recompensa eterna y el céntuplo en este mundo. Y Jesucristo no engaña. Cuántas veces me ha ocurrido que he dado a los pobres un dinero y después me ha venido un donativo con el doble. La acción misionera es creer a pies juntillas el Evangelio. Quien mira cara a cara a Cristo y realiza su propuesta siempre será feliz. El joven rico retiró la mirada a Cristo, frunció el ceño y se marchó entristecido. “Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres... y luego ven y sígueme”, le dice Jesús. Es más, a pesar de todo, Jesús le miró con ojos de cariño, pero el joven no quiso porque no se fio de Cristo, retiró su mirada. No quiso ser misionero.

¿Qué matiz “especial” da el Año Jubilar de la Misericordia a esta Jornada de Vocaciones Nativas de 2016?
Creo que de nuevo el padrenuestro nos puede ayudar: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Acercarnos a Dios implica perdonar primero a quien me haya ofendido o pedir perdón a quien he ofendido. Son los juegos del auténtico amor. No hay amor si no hay misericordia. A Dios no le agradan las ofrendas que le podamos presentar. Si le amamos de verdad, antes que nada, saber si estamos en armonía y sintonía con los hermanos. Es el sacrificio que más le agrada. Por ello, este año ha de ser un tiempo de restauración personal, familiar, eclesial y social. Un tiempo de conversión.

Finalmente, ¿cómo ha influido su experiencia en la Dirección Nacional de Obras Misionales Pontificias en su modo de contemplar las vocaciones nativas de los territorios de misión?
Fueron años muy intensos, pero muy gozosos. Desde OMP se ve la universalidad de la Iglesia de forma especial. Contactar con los misioneros era, para mí, un estímulo y aliciente en mi vida cristiana y sacerdotal. Nunca olvidaré los encuentros que realizábamos en Roma —en la Asamblea General de OMP—, viendo directores de tantos lugares del mundo, comprobando la alegría de tantas vocaciones en tierras de misión. Donde hace unos años eran tres misioneros, ahora son tres o más diócesis. Ver crecer a la Iglesia en los lugares de misión es impresionante. Por ello, doy muchas gracias por haber podido estar gozando de la acción de Dios en la misión ad gentes.