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viernes, 7 de octubre de 2016

Equipamiento para la misión - Domund 16


En este 90 aniversario del DOMUND, Francisco hace un claro reconocimiento de la mujer en el ámbito de la misión. Fue una mujer, Paulina Jaricot, quien puso en marcha esta corriente de solidaridad misionera, y se cuentan por millones las mujeres que han salido de su tierra para mostrar el amor materno de Dios a la humanidad. Nadie mejor que una misionera puede vivir el anuncio del Evangelio como el ejercicio de la caridad que nada puede romper, porque para una mujer lo primero son las personas; solo después, las estructuras. Ellas, que viven la fidelidad y la ternura maternal de Dios con todos, son fuente de inspiración para la actividad misionera de la Iglesia.

Aun cuando la respuesta a la vocación de Dios es personal, esta necesita insertarse en el seno de una comunidad cristiana. Así ocurrió al principio, cuando la llamada de Dios maduraba y se discernía en aquella “pequeña Iglesia” que crecía escuchando la Palabra de Dios, celebrando la fe y compartiendo sus dones. Aparentemente eran grupos pequeños, pero que se iban expandiendo, y de su interior el Espíritu hacía salir a algunos para la misión que les estaba reservada. Del mismo modo sucede hoy, cuando la semilla sembrada por el misionero comienza a enraizarse en el corazón de algunos, insertándose en la comunidad cristiana donde crecen y maduran, para después “salir” a otros lugares y dar gratis lo que gratis han recibido.
El envío, por la Iglesia, de un misionero a la misión hay que situarlo dentro de un período muy largo de formación y discernimiento. Ellos han dedicado tiempo a su preparación. Bien saben que la fuerza les llega de lo más profundo de sí, donde ha arraigado la fe en Jesucristo. De ahí la alusión del papa Francisco a la tarea educativa de los misioneros. El misionero bien formado puede ser considerado como el sembrador que, con paciencia y confianza en la fecundidad del corazón, lanza la semilla del Evangelio en los lugares más insólitos de la Tierra: “Anunciamos el don más hermoso y más grande que él nos ha dado: su vida y su amor” (n. 5).

La celebración del DOMUND es un don para la Iglesia, porque le ayuda a reconocer su propia identidad eclesial; algo esencial para recorrer el camino de la fe y hacer posible la misión en el seno de la humanidad. El misionero, al constatar esa identidad, descubre la raíz de pertenencia en la comunidad cristiana en la que ha sido alumbrado. Su testimonio se trueca en anuncio, muchas veces silencioso, que interpela al otro a interesarse por su forma de ser y de vivir. Estilo y talante misioneros que hoy adquieren unas modalidades especiales, al mostrarse en diálogo respetuoso con todas las culturas y religiones, con la certeza de que Dios abre caminos y precede en el corazón y en la mente del otro.

Anastasio Gil García
Director Nacional de OMP España